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Jair Bolsonaro: una derrota difícil de remontar

Cuando la historia se repite, la tragedia se transforma en farsa. Es la frase más apropiada para describir el final del guion político seguido por Jair Bolsonaro, quien convocó las manifestaciones del martes 7 de septiembre y llamó a sus huestes a rebelarse contra la Justicia y el Parlamento. Este jueves, el jefe de Estado tuvo que pedir perdón a los otros dos poderes en una: “Declaración a la Nación”. Fue luego de percibir que, si no procedía a “pacificar” la relación con las otras instituciones, iba a enfrentarse más temprano que tarde con el Juicio Político. En estas circunstancias, su destino sería su sustitución antes de finalizar el mandato. Peor aún, ya no podría presentarse como candidato a su reelección en octubre de 2022.

Cuando la historia se repite, la tragedia se transforma en farsa

Para desviar el huracán político, Bolsonaro tuvo que enterrar todas sus afirmaciones de las semanas anteriores, cuando por ejemplo el pidió a sus partidarios: “Compren armas. Porque el pueblo armado nunca será esclavizado”. El presidente tuvo que suplicar al centenar de camioneros, que conforman parte importante de su base electoral, para que abandonaran el bloqueo al edificio de la Corte Suprema en Brasilia. Y apeló a otros tantos para que dejaran de bloquear los accesos a varias capitales brasileñas. Con una imploración absolutamente infrecuente en su vida, el jefe de Estado les dijo a jueces de la Corte y a los legisladores del Parlamento: “Nunca tuve ninguna intención de agredirlos. La armonía entre los poderes no responde a mi voluntad sino a la determinación constitucional que todos debemos respetar”.

Las celebraciones del Día de la Independencia brasileña, los 7 de septiembre, cuentan siempre con un desfile militar, la presencia del presidente, los ministros y la primera dama. Pero el año pasado, y éste, la pandemia obligó a limitar estos actos públicos. Con todo, Bolsonaro se las ingenió para convertir esa fiesta patria en manifestaciones a su favor. Y tuvo éxito numérico, especialmente en San Pablo y Río de Janeiro. En esas dos grandes ciudades, nutridas columnas marcharon con carteles que exigían el cierre de la Justicia y del Congreso, mediante una “intervención militar”.

presidente de Brasil, Jair Bolsonaro

¿Cómo y por qué se le ocurrió al gobierno brasileño, ministros militares incluidos, promover esas marchas con consignas de “golpista”? Las razones hoy son evidentes: ante la caída de la popularidad presidencial, que en agosto alcanzó sus niveles más bajos (23%), había que protagonizar un estilo de comunicación capaces de galvanizar a las bases bolsonaristas. Y bien se puede decir que lo habían conseguido.  Tal como juzgó lúcidamente Arminio Fraga, ex presidente del Banco Central durante el segundo gobierno de Fernando Henrique Cardoso, “los índices de aprobación del gobierno vienen cayendo y parecen muy focalizados en el grupo más próximo, insuficientes para una reelección”. Por eso, Fraga visualizó un presidente cuya conducta es “la de una fiera herida, arrinconada. Y eso es muy peligroso”.

 Las frases extremas pronunciadas por Bolsonaro en los dos discursos del martes consolaron a sus simpatizantes, pero horrorizaron a los jueces del Supremo Tribunal Federal, a diputados y senadores, a la Iglesia Católica, a los partidos de centro derecha, de centro y de izquierda

 

Lo cierto es que las frases extremas pronunciadas por Bolsonaro en los dos discursos del martes consolaron a sus simpatizantes, pero horrorizaron a los jueces del Supremo Tribunal Federal, a diputados y senadores, a la Iglesia Católica, a los partidos de centro derecha, de centro y de izquierda. Esa arenga oficial, que los medios periodísticos calificaron sin excepción de “antidemocrática”, fue la que terminó por empalizar al gobierno como un todo. Cada vez más aislados del entorno político y social, con 61% de rechazo de la población, los ministros militares, como el general Eduardo Ramos, entendieron que debían buscar ayuda para evitar un tsunami.

Y fue así como se les ocurrió pedir asesoramiento al ex presidente Michel Temer, el mismo que orquestó el impeachment contra la ex presidenta Dilma Rousseff. Este político reapareció en Brasilia luego de tres años de permanecer en el anonimato, feliz como dejó entrever, de su nuevo papel de mediador. Confeccionó la carta que luego daría a publicidad Bolsonaro como propia y puso en contacto al presidente Jair con el miembro de la Corte que más lo atenacea: Alexandre de Moraes.

Este juez del Supremo tiene en sus manos una causa judicial contra los hijos presidenciales; especialmente contra el senador Flavio Bolsonaro, comprometido con delitos como el de propalar Fake News, que en Brasil son condenables. A él, Bolsonaro padre lo llamó públicamente de “Canalla”, en su mensaje del martes pasado durante la manifestación en San Pablo. Con la ayuda de Temer, amigo de Moraes, el magistrado atendió al jefe de Estado y aceptó las disculpas.

Quienes se sienten ahora traicionados son aquellas figuras políticas bolsonaristas que se jugaron contra ese juez: “No se puede transigir con la tiranía” declaró el Partido Laborista Brasileño. La organización recordó que su líder “Roberto Jefferson paga un alto precio por la lucha por la libertad y la justicia. El no se rinde ni retrocede” como sí lo hizo su aliado Jair Messias Bolsonaro.  Otro gran apoyador del gobierno, el editor del site “Martes Libre” declaró que las palabras de Bolsonaro pidiendo perdón fueron “horrorosas” y constituyen “una confesión de su bravuconada”.

*Autora de Brasil, 7 días. Desde San Pablo, Brasil. 

CP

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