director teatral, nieto de genocidas y parte de Historias Desobedientes
Nacido en los comienzos del menemismo, a los 14 años Nicolás Ruarte se enteró que su familia había participado de la represión de la última dictadura militar en la Argentina y, lejos de elegir el silencio, se distanció de sus parientes, se unió al colectivo Historias Desobedientes y hoy cuenta sus vivencias a través del arte performático, con una obra de nombre muy simbólico: Arismendi, el alias de su abuelo, Luis Jorge Arias Duval.
«Soy nieto de militares represores de la dictadura», es la primera frase que dice Nicolás Ruarte cuando se presenta en la entrevista con la agencia Télam.
Ruarte tenía 16 años cuando escuchó por primera vez el término «desaparecido» y fue por una novia cuyos familiares habían sido secuestrados durante la dictadura.
«Ellos fueron los primeros que me dijeron la verdad de lo que se había vivido en la dictadura», cuenta mientras repasa el proceso en el que fue tomando conciencia de esos sucesos que marcaron la historia de los argentinos mucho antes que él naciera.
Agrega que, «hasta entonces, solo sabía lo que le habían dicho en el colegio: de 1976 a 1983 gobernó un grupo de militares y la gente no podía votar».
«Nací en 1990, cuando ya había pasado todo y no se hablaba más del tema. Me desayuné de todo cuando mi abuelo cayó preso. Antes no sabía lo que era la dictadura»Nicolás Ruarte
Fue la familia de aquella novia de la adolescencia la que por primera vez lo llevó a una marcha por la Memoria, la Verdad y la Justicia: era el 24 de marzo de 2002, el año que se instauró ese día para conmemorar a las víctimas del terrorismo de Estado.
«Estaba aterrado, tenía mucho miedo de que me escracharan. Claramente nadie me iba a hacer nada porque no sabían mi nombre, pero igual llevé una gorra para taparme. Quería saber, la curiosidad era más grande que el miedo», confiesa Ruarte quien por esos tiempos cursaba los primeros años del colegio secundario.
Nicolás ya había iniciado su proceso de concientización de ese período trágico de la historia argentina cuando, en 2004, su abuelo Luis Jorge Arias Duval fue detenido.
«Nací en 1990, cuando ya había pasado todo y no se hablaba más del tema. Me desayuné de todo cuando mi abuelo cayó preso. Antes no sabía lo que era la dictadura», comenta mientras repasa su historia en diálogo con Télam.
Desde Historias Desobedientes a 45 años de la Noche de Los Lapices seguimos luchando para que Nunca Mas la derecha genocida llegue al poder. Memoria, Verdad y Justicia por todes les compañeres detenides y desaparecides pic.twitter.com/dXqIXFnmbf
— Historias Desobedientes (@DesobedientesHi) September 16, 2021
En 2003, el Senado convirtió en ley la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, conocidas como la leyes del «perdón», que impedían que los responsables de delitos de lesa humanidad fueran juzgados y, ese mismo año, se ordenaron las primeras detenciones de represores de la Escuela de Mecánica de la Armada.
Su abuelo, Arias Duval, permaneció en prisión domiciliaria desde 2004 hasta su muerte, en 2011, y esa detención fue el puntapié para que Nicolás comenzara a inquietarse por conocer cómo había estado involucrada su familia en la dictadura cívico-militar que gobernó el país desde 1976 hasta 1983.
«Fue un trabajo de muchos años de ir descubriendo la verdad y desenmarañando lo que me decían en mi casa, hasta darme cuenta de que en muchas cosas mentían o incluso, a veces, ni ellos sabían la verdad», explica.
Así fue que descubrió que sus dos abuelos, de parte materna y paterna, estuvieron involucrados en la dictadura.
Uno de ellos era Arias Duval, que recibió condena firme por 25 años y permaneció con detención domiciliaria hasta que falleció, en 2011; el otro Orlando Miguel Arcángel Ruarte fue exonerado por ser demasiado grande para afrontar el juicio.
«Fue un trabajo de muchos años de ir descubriendo la verdad y desenmarañando lo que me decían en mi casa, hasta darme cuenta de que en muchas cosas mentían o incluso, a veces, ni ellos sabían la verdad»Nicolás Ruarte
Pero luego la carga se hizo más pesada cuando se enteró que sus abuelos no fueron los únicos implicados en la dictadura.
«Mis abuelos no fueron los únicos implicados en la dictadura. De los dos tíos de mi mamá, uno fue parte de los parteros de la ESMA y el otro era Alberto Arias Duval, quién fue parte de lo que hoy es la causa del Circuito Camps y Batallón 601 de Inteligencia. Toda la familia está plagada de genocidas», asume Ruarte.
Nicolás se fue «alejando» de su familia «de a poco», como parte de un proceso que duró «muchos años» y en el que optó «por el silencio», «con todo el peso emocional que eso lleva», reflexiona.
La llegada del macrismo al poder, la reducción de la pena a los genocidas a través del 2×1 y el resurgimiento de ideas de derecha en el debate público, generaron un deseo imparable de contar la historia que se enfrentaba al mismo tiempo con «el miedo al rechazo» que generaba en él que su historia familiar saliera a la luz.
«A mi abuelo paterno (Ruarte) lo dejaron libre en el primer año del macrismo y mi familia quiso hacer un asado para celebrarlo. Fue horrible porque el hecho de que los liberen y den marcha atrás con las causas, al fin y al cabo les terminaba dando la razón», recuerda de aquellos años.
La oportunidad de darle volumen a su necesidad de contar su historia llegó en 2016, cuando trabajaba como escenógrafo en una obra de teatro del elenco La Jauría, en la que cada intérprete hacía un monólogo autobiográfico sobre la violencia en la sociedad.
A 45 años de la Noche de Los Lápices desde La Jauría teatro performático reafirmamos nuestro compromiso con la Memoria, Verdad y Justicia.
Agradecemos a les estudiantes, compañeres detenides y desaparecides, a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo por su incansable lucha. pic.twitter.com/KNk0yCBIhk— La Jauría Teatro Performático (@LaJauriaTeatro) September 16, 2021
Movilizado por los testimonios que escuchaba, entre bambalinas, Ruarte le contó su historia familiar a la directora de la obra, Nuria Vadell, quien sin dudarlo le pidió que escribiera un texto para incorporar a la pieza teatral.
Así, sobre un escenario y con las luces pegándole en el rostro, Nicolás le contó por primera vez al mundo que era nieto de represores.
«Después de que hice pública la historia, mucha gente de mi pasado se acercó a hablarme y decirme que sabían pero que no se habían atrevido a contarme», repasa.
Después de su debut actoral, Ruarte comenzó una investigación sobre otros casos de familiares de genocidas, y así dio a luz a una obra de teatro propia que actualmente se presenta los viernes por la noche como «Arismendi» en el Teatro Empire, de Avenida Hipólito Yrigoyen 1934, de esta capital.
Ruarte debió hacer un largo recorrido para llegar al lugar en el que está hoy, con 31 años y un hijo. En su camino, también se encontró con Historias Desobedientes, un colectivo de hijos, hijas y familiares de genocidas a quienes se acercó.
«Después de que hice pública la historia, mucha gente de mi pasado se acercó a hablarme y decirme que sabían pero que no se habían atrevido a contarme»(FW)Nicolás Ruarte
«Los contacté con la idea de conocer su historia y ellos me ofrecieron formar parte. Yo había estado en otros ámbitos de militancia política pero nunca había encontrado un lugar en el que me sintiera a gusto porque al ser de familia milica siempre me sentía como sapo de otro pozo. Desde que entré a Historias Desobedientes, encontré un lugar de militancia que me era significativo y aportaba algo», cuenta Ruarte.
La puesta en escena de la obra la montó junto a su pareja Cintia Trobianni, con quien buscaron mostrar escenas de la cotidianidad de una familia militar, algunas vividas por su autor, otras relatadas por compañeros de militancia.
El nombre de la obra, Arismendi, era el alias de su abuelo Arias Duval que, en escena, es un patriarca que impone reglas dentro y fuera de la casa.
«Es importante entender que los genocidas no eran unos monstruos por fuera de la sociedad que vinieron a hacernos esto sino que fueron en parte creados por la sociedad y que tenían familias», sostiene Trobianni, encargada de la coreografía de Arismendi.
«¿Qué hace un ginecólogo en la Esma? ¿No son todos hombres?», son algunas preguntas que se escuchan durante una escena de un almuerzo en familia.
Basada en los sucesos de la dictadura cívico-militar de 1976, la obra transita la cotidianeidad de la sociedad argentina desde el interior de la casa de un jefe del Batallón 601 de Inteligencia.
— La Jauría Teatro Performático (@LaJauriaTeatro) September 8, 2021
Además del patriarca familiar, hay un personaje que lleva máscara y guantes descartables: es el ginecólogo, tío abuelo de Nicolás, que actuaba bajo el apodo de «Tomy» y murió antes de ser condenado.
«En la casa de mi abuelo se hablaba bastante del tema. Yo no hablaba sino más bien escuchaba», detalla Ruarte y asegura que su abuelo «nunca estuvo arrepentido de nada, siempre defendió lo que hicieron».
«Una vez, desde la ignorancia, le pregunté cuáles eran sus argumentos, si no eran 30 mil los desaparecidos. Él me dijo que no y trajo unas listas que tenía guardadas, era un tipo con mucha información», sigue su relato.
En ese sentido, agrega: «A los milicos les encanta discutir el número como si fuera un tema estadístico y no tuviera la crudeza de que fueron crímenes».
La historia familiar de los Ruarte y los Arias Duval ya es pública, y hubo causas y condenas, pero esa no es la realidad de todos los familiares de genocidas.
El rol del Colectivo
Muchos militantes de Historias Desobedientes se mantienen en el anonimato porque sobre sus padres no pesan denuncias judiciales por crímenes de lesa humanidad, «a pesar de que han confesado sus crímenes a sus propias hijas», asegura Nicolás Ruarte.
En este sentido, explica que, desde el colectivo, están militando por «la posibilidad de declarar en contra» de sus familiares, una posibilidad que «la ley argentina no permite, a menos que sea víctima directa del crimen».
«Tenemos un proyecto de ley presentado para que en causas de lesa humanidad se pueda declarar en contra de tus familiares», expresa ilusionado.
«Hacemos esto para incentivar a otros familiares de genocidas a que cuenten su hisotira, porque el proceso de construcción de memoria es colectiva y con un solo recuerdo que tengas, a través de la unión de distintos relatos, se puede llegar a algo más grande», concluye Ruarte.